Domingo a las siete treinta de la mañana
La busqué en el cristal. Me había dicho muy precisamente: "Me voy a sentar" como quien separa las sombras de la luz, mirándome fijo a los ojos. Busqué su reflejo y eso era aminorar la aspereza del momento no anularla. Tomó el asiento de la ventanilla y volteó el rostro hacia afuera. Tenía razón de no querer mirar a nadie de los que iban en el microbus, aunque fueran desconocidos.
Yo me quedé dandole la espalda y cuando lleguamos a la parada donde me iba a bajar solo un saludo, un adios discreto, barco de papel.
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