Dos, diez
Más largas las de la derecha. Pero las yemas de los dedos de la izquierda son más gordos y chatos, por eso aunque estén de igual longitud, se miran más cortas. Las yemas chatas se las debo a la necedad de practicar escalas.
Doblo los dedos diestros y presiono contra la palma. Agudas y afiladas, no parecen. Me dejan una sensación de picor y cólera.
Me molesta no cortarlas a estas alturas: algo me detiene, un miedo, fobia. No se y no quiero saberlo, aunque, de seguro, sería el primer caso en el mundo.
Abro la palma siniestra, en la base de los dedos, callosidades, un lunar muy por debajo del meñique y esa pigmentación caótica, rosado, blanco, verde.
Las encaro(ambas abiertas) y se me ocurre un argumento contra la quiromancia que se debe adivinar. Pienso en otra cosa, adjetivos: culpables, meritorias, virtuosas, delincuentes.
Me pregunto como han soportado hacer lo que han hecho, como soportan no hacer lo que deben.
1 comentario:
Esque hasta esas herramientas tan virtuosas necesitan un maestro que las meta en el lugar exacto.
Lindo escrito...
Y a ese lunar dejalo que navegue entre el mar de huellas.
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