lunes, 13 de septiembre de 2010

Son las once y treinta de la noche. En algún momento, luego que me encerré en el cuarto a oir música, la casa quedo en anormal silencio. Cuando salí al baño mis inquilinos ya se habían acostado, sus puertas estaban cerradas, la ventanas negras... ese silencio como una mordaza.
Mientras me cepillo los dientes voy encendiendo muy a mi pesar todas las luces de todos los interruptores que encuentro, y escucho la campanilla del sorbetero que vibra en el aire de la calle oscura y no pienso dar un paso más.

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