viernes, 8 de octubre de 2010

De pie debajo de la luz de una lámpara alta, la calle parece larguísima. La línea de luces amarillas la sigue fielmente, desde un lado hacia el otro. Me hacía falta estar un poco ebrio, un poco elevado para apreciar esto con alguna tranquilidad y sin haber buscado adrede la ocasión. Es solo un momento que terminará pronto. El cemento destella como la arena de una playa muy pura, y el asfalto está negro como un gato de brujo. Las señales pintadas en el suelo emiten casi una fluorescencia bajo las luces amarillas. No hay tráfico en esta avenida que de día adelgaza la velocidad de los cruentos vehículos. Pienso en las palabras de J: "Allá a cada rato pasan taxis", "¿Todo el día?" le había preguntado yo "...y toda la noche" me respondió.
Entonces me imagino ya el café y el sandwich que pediré en alguna gasolinera, buscaré un mesa afuera para comer sin prisa mientras el taxi aguarda. Será del todo natural y común verlo aparecer e indicarle que pare. Son las dos de la madrugada. Me toco el bolsillo derecho para asegurarme que el dinero aún está ahí. Recuerdo el portazo violento que terminó con la velada de hoy pero aún no siento nada, veo que el semáforo cambia de color, las palmeras inmóviles. Abro las manos y recuerdo lo que se discutía esta noche sobre el destino.

El destino.

No se si El Universo puede estar más tranquilo que en este momento.

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